viernes, 9 de enero de 2015

La posición secular. A propósito del crimen contra Charlie Hebdo



El crimen cometido contra la publicación satírica francesa Charlie Hebdo merece una inequívoca condena. Sin embargo, la indignación moral no anula la posibilidad de debatir sobre la religiosidad, el imperialismo, la libertad de expresión y las posibilidades de la sátira; por el contrario, considero que la indignación nos exige reflexionar sobre tales cuestiones.

La sátira liberal y el antiimperialismo culturalista

Tal vez el aspecto más inquietante del crimen radica en que se dirigió contra caricaturistas. Una caricatura es un motivo demasiado fútil para motivar un asesinato político, máxime cuando los asesinos muestran tal grado de sevicia. No obstante, no son pocas las voces que, sin dejar de condenar el crimen, han señalado que tales caricaturas son abiertamente provocadoras y que llegan a rayar en el racismo, la xenofobia y la ofensa deliberada contra las comunidades religiosas, en especial contra cristianos y musulmanes.

Charlie Hebdo es una publicación con posiciones políticas de izquierda, incluso varias de las personas asesinadas también colaboraban con el diario comunista L´humanité. Tal vez su actitud satírica es herencia de la izquierda francesa ligada a los grupos surrealistas o a la Internacional Situacionista, quienes no perdían oportunidad para atacar a los poderes establecidos, incluidas las religiones y sus autoridades. En las páginas de Charlie Hebdo encontramos viñetas donde se representa la trinidad cristiana como un trío sexual o al Papa Francisco disfrazado de garota en el carnaval de Río, también llegaron a publicar una caricatura alusiva a una matanza de musulmanes en Egipto con el texto “el Corán no detiene las balas”.  

Quiero situar este debate a propósito de la discusión sobre el nuevo ateísmo, corriente contemporánea donde se incluye al biólogo Richard Dawkins, el filósofo Daniel Dennett, el polemista Michel Onfray, el escritor Sam Harris y el ya fallecido intelectual Cristopher Hitchens. Los nuevos ateos apelan al legado de la ilustración para atacar la fe religiosa, insistiendo en la importancia de la duda, el escepticismo, la razón y la ciencia. Cada uno de ellos es autor de libros críticos contra las religiones publicados en los últimos diez años, libros que sin excepción se han convertido en best-sellers. En diciembre de 2014 la revista de izquierdas Jacobin publicó un ensayo de Luke Savage que lleva por título “New Atheism, Old Empire” (Nuevo ateísmo, viejo imperio)[1]. Para Savage los nuevos ateos (en especial Hitchens, Dawkins y Harris) son responsables de darle apoyo intelectual a la guerra contra el terrorismo suscitada tras el 11 de septiembre, y de respaldar, directa o indirectamente, las intervenciones militares en países como Afganistán, Irak, Siria y Libia, recubriendo los intereses geopolíticos imperialistas de las potencias occidentales. Cabe resaltar que este nuevo ateísmo ha sido particularmente incisivo con la religión musulmana; Harris, al defender la guerra de Irak, afirmó: “no estamos en guerra contra el terrorismo, estamos en guerra contra el Islam”[2].

Para Savage la propaganda atea encubre propósitos no declarados que coinciden con los objetivos del viejo imperialismo. En su criterio, este ateísmo defiende la supremacía cultural de occidente, defiende la actitud colonial de patronalismo y paternalismo con los pueblos del Oriente Próximo, e impulsa un discurso de justificación de la violencia imperial. Con una postura muy similar, un crítico de Charlie Hebdo declaró en estos días que la publicación francesa es un “monumento a la intolerancia, al racismo y a la arrogancia colonial” [3].    

En las viñetas de Charlie Hebdo se reflejan actitudes muy cercanas al nuevo ateísmo criticado en las páginas de Jacobin magazine. Hoy la opinión de izquierda se mueve entre esos dos polos, entre una posición atea, crítica de la superstición religiosa, y una posición antiimperialista defensora de la diversidad cultural y la autonomía de los pueblos.

¿Podremos encontrar una perspectiva más allá de esos dos polos?

Más allá de las disputas religiosas

En su libro Dios no es bueno, Cristopher Hitchens hizo una peculiar reflexión sobre la solución al conflicto entre Israel y Palestina. Comentando sobre su charla con diplomático israelí Abba Eban afirmó: “lo primero que llamaba la atención sobre la disputa entre israelíes y palestinos, afirmaba él, era su fácil resolución… Dos pueblos de un tamaño aproximadamente equivalente formulaban una reivindicación sobre una misma tierra. La solución, obviamente, era crear dos estados contiguos”. Ante una propuesta tan razonable, Hitchens añade: “¿Seguro que una cosa tan evidente estaba al alcance la capacidad de comprensión y la inteligencia de un ser humano? Y así habría sido desde hace muchas décadas si se hubiera podido mantener alejados de allí a los rabinos, los ulemas y los sacerdotes mesiánicos” (p 39).   

Así Hitchens anula toda la trayectoria histórica del conflicto en Palestina. La persistencia de la cuestión judía, el comportamiento británico al delimitar las fronteras del Oriente Próximo tras la Primera Guerra Mundial, las discusiones sobre el proyecto sionista en el seno de la comunidad judía, las consecuencias del holocausto, los resultados de las sucesivas guerras entre árabes e israelíes, o las tensiones al interior de la OLP, quedan borradas con una reflexión superficial: la religión es la única culpable del conflicto, olvidada queda la política. Mientras tanto, los críticos del nuevo ateísmo sugieren que la persistente voz de la razón ilustrada encubre el imperialismo occidental y propicia la supremacía cultural de occidente, evitando criticar el rol que juega el fundamentalismo religioso en los conflictos contemporáneos. 

Una vieja y efectiva fórmula para analizar los conflictos religiosos fue esbozada por Marx en Sobre la cuestión judía: “No transformamos las cuestiones seculares en teológicas, transformamos las cuestiones teológicas en seculares”. Me atrevo a interpretar esta fórmula sugiriendo dos pasos: 1. Es crucial preguntarse cuáles son los motivos terrenales que generan las disputas religiosas;  y 2.  Hay que preguntar cómo las concepciones religiosas actúan como catalizadoras de los conflictos políticos. Creo que tales coordenadas nos permitirán evadir oposiciones habituales que contraponen “la libertad de expresión occidental frente a la barbarie extremista”, o “la xenofobia liberal contra la autonomía multicultural”; oposiciones donde se pierde mucho de la complejidad de la situación concreta. 

La posición secular  

Vale la pena recordar la actitud de Marx y Engels frente a cuestiones similares. En 1863 Marx recordaba que Catalina II, la Zarina ilustrada alabada por Voltaire, invadió Polonia amparándose en la excusa de la tolerancia religiosa, pues según ella pretendía liberar a los cristianos ortodoxos oprimidos por un gobierno oscurantista católico. Tiempo después, a propósito de la Guerra de Secesión en Estados Unidos, Marx apoyó a los abolicionistas cristianos Garrison y Phillips, mientras criticó duramente al esclavista laico Calhoun. En sus escritos sobre Irlanda, Engels señaló que en muchos casos los pueblos colonizados obtienen conciencia de su situación a través de la religión; para los irlandeses católicos apoyados por Marx y Engels, los terratenientes colonizadores ingleses eran descritos como los “intrusos protestantes”[4]. En varios escritos, Marx y Engels profesan admiración por Tomas Müntzer, el reformador protestante que acompañó las revueltas del campesinado alemán en el siglo XVI. 

En contravía de la opinión hegemónica que ve a Marx y Engels como dos profetas del ateísmo que criticaron la religión sin piedad alguna, en varias ocasiones los dos dirigentes alemanes respaldaron a los religiosos y se enfrentaron a los ilustrados ateos[5]. En cada caso analizaron la situación concreta para tomar decisiones políticas: respaldaron a los irlandeses contra el imperialismo británico, a los polacos oprimidos por el despotismo ilustrado de la corte rusa y a los luchadores por la emancipación de los esclavos en Estados Unidos. Tal respaldo de la religiosidad en situaciones concretas no los llevó a renegar de la ciencia, la razón o el legado de la ilustración. Su crítica de la religión no pretendía desmontar las religiones históricas, sino mostrar cómo los valores dominantes contribuían a la desigualdad y la falta de autonomía de pueblos, naciones, clases sociales e individuos.

Por eso tanto el nuevo ateísmo como el antiimperialismo multicultural abordan el problema de manera inadecuada. Los nuevos ateos privan de historicidad los conflictos políticos, y no reconocen la racionalidad propia de lo sagrado que está inmersa en la religión. A propósito de la religiosidad, alguna vez Wittgenstein habló de las “creencias inconmovibles”, aquellas que no se mueven en el plano de las razones ordinarias, más bien son creencias de otro tipo: “hay que llamar a esto la más firme de todas las creencias, porque la persona arriesga por ello lo que no arriesgaría por cosas mucho mejor fundadas para ella. Aunque distinga entre cosas bien fundadas y no bien fundadas”[6].

Los defensores a ultranza de la libertad de expresión deben recordar que las afirmaciones sobre la religión se relacionan con tales creencias inconmovibles, y que en los debates públicos ensobre estos temas las razones ordinarias no siempre son efectivas, por eso se exige de una mayor agudeza y ponderación para tratar estos asuntos. Los antiimperialistas culturalistas también yerran al identificar el legado de la ilustración con el racismo o el imperialismo, y al no condenar de manera firme los excesos del fundamentalismo religioso. A su manera también anulan la historicidad y la complejidad de los conflictos al no darse cuenta del rol activo que cumplen las religiones en los asuntos políticos.  

Tal vez lo más razonable sea apelar a una posición secular que resalte la peculiaridad de las situaciones concretas donde interviene lo religioso sin soslayar su complejidad y sus tensiones, procurando una mezcla entre la razón y la esperanza. Por eso considero crucial:


  1. Analizar el plano terrenal de los conflictos religiosos;
  2.   Tener en cuenta que la religiosidad se funda en creencias arraigadas que no se modifican con el simple intercambio de ideas, sino que tienden a modificarse en perspectivas de larga duración;
  3.    Que el intercambio libre de ideas también requiere de respeto y responsabilidad con el otro. Que para generar un debate racional es preciso considerar con seriedad las creencias del otro y tener un particular tacto con las creencias arraigadas o inconmovibles;
  4.     Que en las situaciones concretas no podemos tomar partido apoyándonos solamente en las creencias de los pueblos o individuos, sino mirando cómo podemos desmantelar las situaciones de desigualdad, servidumbre o falta de reconocimiento;
  5.     Que los crímenes motivados por la religión no dejan de ser crímenes porque se funden en creencias inconmovibles;

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El crimen contra Charlie Hebdo no es una venganza contra racistas atrevidos, tampoco refleja un simple conflicto entre libertad de expresión y censura, es preciso ir más allá. No podemos analizar la situación sin perder de vista que el fundamentalismo islámico tiene su origen en las imposiciones imperialistas a los pueblos del medio oriente, que para muchos jóvenes musulmanes alrededor del mundo el fundamentalismo es un vehículo de reivindicación de sus valores y de rechazo a la ocupación de sus países (en muchos casos los pueblos colonizados obtienen conciencia de su situación a través de la religión, decía Engels).

Sin embargo, el fundamentalismo islámico ataca a los blancos equivocados, pues muestra como una guerra contra los infieles lo que en su origen fue una batalla contra la dominación colonial, borrando así la base terrenal de un profundo problema político. De ahí la lucidez de una reflexión de Michael Mann tras el 11 de septiembre:

“Los aspectos económicos de este conflicto se mantienen de algún modo ocultos: aparecen escasamente en el discurso fundamentalista, que de hecho denuncia toda forma de materialismo como extranjera. No obstante, si los países fundamentalistas experimentaran el desarrollo económico y la redistribución, ¿quién pondría en duda que el fundamentalismo de combate perdería fuerza?”[7].

De esta manera los nuevos ateos y los fundamentalistas coinciden secretamente, pues ambos entienden el conflicto en Oriente Próximo como un asunto meramente religioso. Lo anterior también nos permite comprender porqué el fundamentalismo fue estimulado por las potencias imperialistas para debilitar a las corrientes seculares de esa región que se han opuesto a la dominación colonial y al saqueo de sus recursos naturales. Basta recordar el origen de Al Qaeda, financiada por la CIA, o corroborar la función que cumplen las ultraconservadoras monarquías petroleras en Oriente Próximo y sus sistemáticas violaciones a los derechos humanos, en especial contra las mujeres y los disidentes políticos.

Por otro lado, los principales beneficiados por el crimen contra Charlie Hebdo son los dirigentes de la extrema derecha francesa agrupada en el Frente Nacional, para quienes la masacre es una oportunidad política para seguir impulsando la islamofobia, el racismo y el odio a los inmigrantes en Francia, así no solo la libertad de expresión ha sido vulnerada, pues la comunidad musulmana también se ve en peligro ante un inminente brote de islamofobia. Es posible que el debilitado gobierno de Hollande se inmiscuya aún más en Oriente Próximo, y que la persecución a los jóvenes musulmanes se acentúe, entregándole nuevos militantes a la causa del fundamentalismo.

Podemos defender la libertad de expresión y combatir la islamofobia y el racismo; de igual manera podemos asumir una posición antiimperialista sin cohonestar con el fundamentalismo islámico. Esos son algunos retos ante la barbarie que nos rodea. 

Alejandro Mantilla Q. 

9 de enero de 2015


[1] Luke Savage, “New Atheism, Old Empire” https://www.jacobinmag.com/2014/12/new-atheism-old-empire/
[2] Sam Harris, “Mired in a Religious War”,  http://www.washingtontimes.com/news/2004/dec/1/20041201-090801-2582r/
[3] José Antonio Gutierrez Dantón, “Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie)”, http://prensarural.org/spip/spip.php?article15864
[4] Doménico Losurdo, “La lucha de clases. Una historia política y filosófica”, Barcelona, El viejo topo, 2013.
[5] Valga recordar que en el seno de la I Internacional Marx se opuso a que el ateísmo fuese un requisito para pertenecer a dicha asociación, contraviniendo las propuestas de Bakunin.     
[6] Ver sus “Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa”, p 130. 
[7] Michael Mann “La globalización y el 11 de septiembre” New Left Review n.o 12, p 22 y 23. 

lunes, 2 de junio de 2014

Bertrand Russell: Tres pasiones


Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.
He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin- he hallado.
Con igual pasión he buscado el conocimiento. He deseado entender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado, aunque no mucho.
El amor y el conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaban hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hacía volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.
Esta ha sido mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad.


 Bertrand Russell, del Prólogo a su autobiografía...

jueves, 29 de mayo de 2014

¡Seguir en la oposición a Santos!



¡Seguir en la oposición a Santos!

Alejandro Mantilla Q.



Tras renunciar a su columna semanal, al reconocido periodista Daniel Samper le preguntaron, “¿no es difícil retirarse en un momento político tan coyuntural?” a lo que respondió: “Colombia siempre está en un momento político coyuntural” [1]. Sin embargo, este momento político resulta particularmente dramático para el país, en especial para la izquierda, el movimiento popular y los sectores de oposición. En una segunda vuelta que opone a la derecha tradicional con la ultraderecha emergente ¿Qué actitud debemos asumir?  ¿Debemos actuar con indiferencia propiciando el retorno del embrujo autoritario? ¿Debemos olvidar nuestra abierta oposición a la política de despojo y contaminación propiciada por Santos para asegurar la continuidad de los diálogos de paz? ¿Debemos conservar la pureza de conciencia y no apoyar a ninguno de los candidatos?

Considero que este momento es tan complejo que lo último que deberíamos esperar es una respuesta sencilla ante nuestra encrucijada. Así que me atrevo a lanzar una fórmula: ¡Es crucial, imperioso, necesario, oponerse a Santos! En suma, prefiero hacerle oposición al gobierno de Santos que al uribismo recargado.

La certeza de la oposición

A mi juicio, hay un punto de partida que muchos sectores de izquierda han soslayado ante el pánico que produce una eventual victoria del uribismo en segunda vuelta. Sin importar el resultado electoral, a la izquierda no le queda más opción que seguir en la oposición y esa claridad debería orientar sus decisiones en el corto y mediano plazo.

Tanto Santos como Uribe/Zuluaga han promovido el mismo modelo económico pero con tenues matices en su aplicación. Mientras Santos quiere aplicar un neoliberalismo propio de la tercera vía, Uribe defiende un neoliberalismo de primera generación siguiendo el ejemplo de Reagan, Thatcher o Pinochet. Una diferencia clave radica en el tratamiento de las organizaciones populares. Mientras Uribe defiende el despojo de los sectores populares para abrirle paso a la inversión, Santos busca integrar esos sectores al mercado. Así para el uribismo es crucial destrozar las expresiones organizativas de la oposición, mientras Santos busca integrarlas al mercado y a las políticas del gobierno. Buenos ejemplos son el pacto agrario y la titulación de tierras. Mientras Uribe busca reforzar el despojo para asegurar la propiedad terrateniente y ganadera, Santos le juega a restituir la propiedad de las víctimas para facilitar las transacciones e inversiones sobre el territorio.

Juan Manuel Santos lleva 15 años promoviendo las políticas de la tercera vía de Giddens y Blair, aunque por momentos olvide sus contenidos al impulsar política pública. El punto de partida es mejorar las condiciones de entrada al mercado mediante inversión social focalizada, la titulación de tierras o la formalización del trabajo. El objetivo de tales políticas no es la distribución igualitaria ni la garantía de derechos sociales, sino el despliegue del mercado y la inversión[2].

Santos ha buscado captar a las organizaciones sociales desde el inicio de su gobierno, y no han sido pocas quienes han sucumbido a sus cantos de sirena.  Por eso no considero acertado adherirse al actual mandatario, ni en primera ni en segunda vuelta, ni comparto la posición de quienes al fragor del pánico incluso le piden que recoja algunos “mínimos” en su programa, o quienes le piden un viraje de centro–izquierda[3]. Tales actitudes ponen en riesgo la autonomía del movimiento social y la potencial unidad de la izquierda, situación bastante grave si tenemos en cuenta el ascenso de la capacidad de movilización ciudadana de oposición.  

Los tiempos son aciagos, pero no podemos perder la perspectiva viendo como alternativo lo hegemónico. Debemos asumir la certeza del advenimiento de cuatro años más de luchas sociales contra el modelo, gane quien gane.  No queremos que nos maten por el modelo económico, pero tampoco queremos integrarnos a él.

Las mutaciones del uribismo

A pesar de lo anterior, tenemos buenas razones para preocuparnos por una eventual victoria de Uribe/Zuluaga, en especial porque el uribismo versión 2014 es diferente del que gobernó el país en la década pasada.

La palabra ‘uribismo’ significó en su momento un pacto entre tres sectores de clase: 1. La burguesía tradicional heredera del bipartidismo; 2. Los representantes de la inversión extranjera y las empresas transnacionales; 3. Los sectores “emergentes”, ligados al narcotráfico, el paramilitarismo, o el contrabando que consolidaron nuevos autoritarismos regionales. No podemos olvidar que Santos y la mayoría de sus colaboradores más cercanos hicieron parte de esa alianza.

Desde 2006 en adelante esa alianza se fue fisurando hasta quebrarse por completo en el año 2010. Desde entonces Uribe se rodeó de los sectores más fieles a su legado, los más cercanos a los terratenientes ganaderos y a personalidades ultraconservadoras. Lo anterior explica su cercanía con personajes como Ricardo Puentes Melo o María Fernanda Cabal, quienes han heredado las tesis más febriles derivadas de ‘Tradición, Familia, Propiedad’ o del falangismo tradicional. El uribismo de hoy está más a la derecha que hace algunos años. En un contexto mundial marcado por el ascenso de la ultraderecha en Europa (basta mirar los resultados electorales del pasado fin de semana) ese asunto no es secundario.

Por otro lado, en un mundo en crisis económica, ambiental y energética, que afronta profundos cambios (como lo muestra la economía China, las elecciones en la India, la crisis económica mundial, el escenario Europeo, la primavera árabe, la tensión en Ucrania, las tensiones en el pacífico asiático, etc) cada antagonismo es potencialmente decisivo y cada elección desborda las fronteras nacionales. En ese marco, una victoria de Uribe/Zuluaga reconfiguraría el escenario regional en américa latina. 

El gobierno Santos jugó frente a sus vecinos a una política de no intervención. Al inicio de su mandato Santos quiso jugar a la inestable posición de “bisagra” entre los gobiernos alternativos y la derecha del continente. Ante su fracaso se dedicó a la construcción de la Alianza del Pacífico, un acuerdo de los gobiernos neoliberales de la región que no adoptó una retórica de confrontación con los gobiernos de izquierda. Con Uribe/Zuluaga la diplomacia de la bisagra llegaría a su fin, para volver a la política de sabotaje directo contra los gobiernos alternativos. Su cercanía con los sectores de la derecha del Partido Republicano, sus nexos con la oposición venezolana, o la fracasada agenda de su fundación ‘Nuevo Internacionalismo Democrático’ son evidencias de tal pretensión. Si Zuluaga gana las elecciones, Uribe podría convertirse  en el vocero de un proyecto ultraconservador de alcance continental.     

El debilitamiento de los gobiernos alternativos en américa latina sería una derrota para la izquierda de todo el mundo. 

La izquierda y la paz

Quienes desde la izquierda desean votar por Santos para que continúen los diálogos de paz de La Habana tienen un buen motivo para hacerlo. Sin embargo, persistir en esa tesis trae un riesgo: que Santos se convierta en el único dueño del discurso de la paz. El movimiento social ha planteado fuertes críticas a la visión de paz defendida por el gobierno, planteando agendas que van mucho más allá de los puntos del diálogo entre gobierno y Farc, insistiendo en la necesidad de avanzar en escenarios de participación efectiva de los movimientos populares para construir paz con justicia social.

En este escenario es válido defender los avances que en materia de paz se han dado en los últimos años, pero no como punto de culminación, ni como un límite que frene las luchas contra el modelo económico y político vigente. Juan Manuel Santos también ha sido un señor de la guerra, no por casualidad ha conservado en su cargo al actual Ministro de Defensa.

La paz no es patrimonio del actual gobierno, los movimientos sociales también tenemos mucho qué decir y hacer al respecto.  
 

Contra la banalidad del bien

En tiempos aciagos es usual intervenir políticamente en contravía de nuestras intuiciones. Recordemos a Federica Montseny, militante anarquista quien debió asumir como Ministra del gobierno Republicano en la guerra civil española. En esa situación límite, las y los anarquistas debieron actuar en contravía de sus convicciones para fortalecer la lucha contra el fascismo.

Por todo lo anterior, considero que hoy no basta la pureza de conciencia, hoy debemos intervenir políticamente contra la profundización de la guerra, contra un nuevo proyecto de ultraderecha que ponga en riesgo las democracias de la región, contra una nueva etapa de embrujo autoritario. Por eso votaré en contra del proyecto de ultraderecha que representa Uribe/Zuluaga.

No obstante, no creo que podamos ser de izquierda y a la vez llegar a acuerdos programáticos con el gobierno Santos, como ya lo han hecho algunos. Creo que la mejor alternativa en estos tiempos aciagos es asegurarnos de seguir en la oposición al actual  gobierno.

En tiempos de crisis los revolucionarios no solo luchamos por una sociedad nueva, también lo hacemos para impedir la catástrofe. 

(Este texto refleja mi posición individual y no compromete la posición de las organizaciones sociales y políticas en las que participo). 


[1]Puede consultarse la entrevista en: http://noticiasunolaredindependiente.com/2014/04/13/secciones/top-de-los-otros-famosos/daniel-samper-pizano-se-retira-del-periodico-el-tiempo/
[2] Ver el libro de Alex Callinicos, “Contra la tercera vía. Una crítica anticapitalista”, en especial el aparte 2.2.
[3] Ver la columna de César Rodríguez: “Santos y la izquierda”: http://www.elespectador.com/opinion/santos-y-izquierda-columna-494691