lunes, 26 de diciembre de 2011

Del Progreso, la Catástrofe y los espacios-basura

Nosotros, nosotras, hombres y mujeres que vivimos acosados y maravillados a la vez por la tecnología, hemos tenido que afrontar la omnipresencia de la ideología del Progreso. Nuestro lenguaje diario es sintomático, hablamos de los “adelantos” de la tecnología, de las “nuevas” versiones de los programas informáticos, de “actualizar” los computadores. Parece que la humanidad pierde la conciencia de las dimensiones de la novedad. En una era donde lo nuevo aparece por doquier, la novedad misma pierde sentido, mientras se conserva el tácito rechazo de lo “viejo”, “lo atrasado” y lo “anticuado”.

Una extraña paradoja rodea la Historia, o mejor, la comprensión dominante de la Historia. “La fe en el progreso reemplazó a la fe en la providencia”, dice Karl Löwith para señalar que el pensamiento moderno y su fe en el Progreso tuvo su origen en los profetas judíos que explicaron la Historia como un proceso indubitable hacia la salvación. Si la Historia tiene un sentido y un fin último, podemos concebir el paso del tiempo como una suma de acontecimientos encadenados, que luego en la versión de los Padres de la Iglesia se resumió en una secuencia: creación, encarnación, juicio final y redención. La modernidad capitalista profundizó una concepción heredada sobre el tiempo tiñéndola de ciencia secular, un claro ejemplo es el lenguaje de la economía internacional, donde los países ricos son países “desarrollados” y los países pobres son países “en vía de desarrollo” que deben seguir el camino de los primeros; no solo la Historia tiene un sentido, también la economía y la marcha de las naciones. Curiosa paradoja, un presunto saber científico tiene sus lejanos orígenes en la sabiduría mítica de la profética judía.

Los sueños de las generaciones pasadas retornan como pesadillas para las generaciones siguientes. Nuestra época profundiza el mito del progreso, pero también vive la amenaza de un apocalipsis que no parece traer la redención. La crisis económica del capitalismo se agudiza y no parece tener salidas viables en el corto plazo; el cambio climático está produciendo el deshiele de los casquetes polares y el azote de terribles inviernos en países tan diversos y distantes como Colombia, Tailandia e Italia. La crisis económica se suma a la crisis ambiental, energética y alimentaria. Los humanos de nuestro tiempo hablamos del Progreso pero tenemos ante nuestros ojos la amenaza de la catástrofe.

En su libro Colapso el científico Jared Diamond, premiado en 1998 con el Premio Pulitzer, reflexiona sobre porqué algunas sociedades arcaicas desaparecieron, entre ellas la civilización Maya, el pueblo que habitó la Isla de Pascua, los primeros habitantes de las Islas Pitcairn y Henderson en Polinesia, los Anasazi que se ubicaron al sudoeste de lo que hoy es Estados Unidos o los pueblos vikingos del norte de Europa. Para Diamond hay ocho causas que han ocasionado la desaparición de sociedades enteras a lo largo de la historia humana: 1. Deforestación y destrucción del hábitat. 2. Problemas del suelo (erosión, salinización y pérdida de la fertilidad del suelo). 3. Problemas de gestión del agua. 4. Abuso de la caza. 5. Pesca excesiva. 6. Introducción de nuevas especies. 7. Crecimiento de la población humana, y 8. Aumento del impacto per capita de las personas. Diamond explica así el proceso que recorrieron las sociedades colapsadas:

El aumento de la población obligaba a las personas a adoptar medios de producción agrícola intensivos (…) y a extender la agricultura de las tierras óptimas escogidas en primer lugar hacia tierras menos rentables con el fin de alimentar al creciente número de bocas hambrientas. Las prácticas no sostenibles desembocaban en el deterioro medioambiental de uno o más de los ocho tipos que acabamos de enumerar, lo cual significaba que había que abandonar de nuevo las tierras poco rentables. Entre las consecuencias para la sociedad se encontraban la escasez de alimentos, el hambre, las guerras entre demasiadas personas que luchaban por recursos demasiado escasos y los derrocamientos de las élites gobernantes por parte de masas desilusionadas. Al final la población decrecía por el hambre, la guerra o la enfermedad, y la sociedad perdía parte de la complejidad política, económica y cultural que había alcanzado en su momento cumbre […] En los peores casos de Colapso absoluto todos los habitantes de la sociedad emigraron o murieron ( p 25).

Para nuestra desventura esta clave de historia natural no ha quedado en el pasado, pues países como Somalia y Ruanda han pasado hace muy poco por esta senda. Debemos también considerar que aún nos enfrentamos a los ocho problemas arriba enunciados, pero añadiendo cuatro problemas más que los pueblos premodernos no conocieron: 9. Cambio climático producido por el ser humano. 10. La concentración de productos químicos tóxicos en el medio ambiente. 11. La escasez de fuentes de energía y 12. El agotamiento de la capacidad fotosintética de la tierra por el actuar humano. Además, aunque hoy podemos gozar de múltiples beneficios de la ciencia, incluyendo una medicina más competente y con mayores posibilidades, contamos con riesgos mayores en comparación con las sociedades del pasado, pues nuestra tecnología tiene mayores impactos ambientales, tenemos una población muchísimo mayor y la globalización hace que los problemas que sufre una parte del planeta puedan afectar al resto del globo.

Tomemos como ejemplo el cambio climático producido por los humanos, fenómeno que solo en Colombia dejó más de dos millones de damnificados entre enero de 2010 y agosto de 2011. Este fenómeno se atribuye a la emisión excesiva de dióxido de carbono generado por la respiración y por la quema de combustibles fósiles, y por la emisión del metano lanzado a la atmosfera por el ganado. El aumento de estas emisiones de no solo deteriora la capa de ozono protectora que actúa como refrigerante, además actúan como gases de efecto invernadero que absorben la luz solar y contribuyen al calentamiento del planeta. La alteración de los ciclos del clima genera catástrofes reflejadas en inundaciones o la desaparición de especies, además genera un menor rendimiento de los cultivos, situación que agravará la crisis alimentaria. En suma, el aumento de la población humana, la mayor quema de combustibles fósiles y el crecimiento del hato ganadero para producir carne están llevando a la humanidad al borde del abismo. Huellas del Progreso, síntomas de la catástrofe.

El sueño del Progreso muta en la pesadilla del Colapso, la promesa de salvación es reemplazada por la amenaza de la catástrofe. “Alguien dijo alguna vez que era más fácil imaginar el fin del mundo que imaginar el fin del capitalismo. Ahora podemos corregir esta afirmación y asistir al intento de imaginar el capitalismo a través de la imaginación del fin del mundo”, afirmó hace unos años Fredric Jameson. Esta tesis proviene de una reseña sobre un ensayo del conocido arquitecto Rem Koolhaas, quien acuñó la expresión “espacio-basura” (Junkspace), para aludir a los residuos que la humanidad deja sobre el planeta; para Koolhaas un barrio exclusivo puede convertirse en un barrio bajo y un centro comercial pasar al olvido en un abrir y cerrar de ojos. El espacio-basura es un síntoma de nuestra época, pues el ansia de novedad implica la destrucción instantánea de los espacios que ya no resultan llamativos. Koolhaas no lo sabe, pero sus tesis fueron adelantadas hace varias décadas en América Latina por la genial crítica de arte Marta Traba quien habló de la “estética del deterioro” como un rasgo del arte contemporáneo, un arte que no está destinado a durar ni a establecer pautas, sino simplemente a ser consumido y desechado.

Cuando el consumo y el desecho no operan sobre la obra de arte sino sobre los territorios donde habita la humanidad, la amenaza de catástrofe se hace latente. La imaginación del fin del mundo coincide con el capitalismo, porque el propio planeta se vuelve una mercancía para ser consumida y desechada.