jueves, 19 de enero de 2012

Deleuze y los Hackers





‎"... en las sociedades del control, lo esencial ya no es una marca, ni un número, sino una cifra [...] El lenguaje numérico de control se compone de cifras que marcan o prohíben el acceso a la información [...] Las sociedades de control actúan mediante máquinas de un tercer tipo, máquinas informáticas y ordenadores cuyo riesgo pasivo son las interferencias, y cuyo riesgo activo son la piratería y la inoculación de virus".

(Gilles Deleuze, "Postscriptum sobre la sociedad del control", 1994).




miércoles, 18 de enero de 2012

Marx y la SOPA






En octubre y noviembre de 1842 el joven periodista Karl Marx escribió varios artículos sobre las propuestas de ley que se discutían entonces en la "Dieta Renana", un órgano legislativo local que complementaba la legislación nacional. Uno de esos artículos se ocupó de la propuesta de ley sobre el robo de leña.

Mientras los diputados de las ciudades no consideraban necesaria la penalización, los diputados de la nobleza impulsaban el proyecto afirmando que "precisamente por no considerar un robo la sustracción de leña, ésta ocurre tan frecuentemente". Ante esa tesis Marx respondía "Según esta analogía el legislador tendría que razonar: por no considerar un golpe mortal a las bofetadas son éstas últimas tan frecuentes, por lo tanto hay que decretar que una bofetada es un golpe mortal".

A pesar de la parodia, Marx tenía claro que la discusión iba más allá de la gramática. El punto central para la nobleza consistía en equiparar la recolección de leña suelta con el robo de árboles talados para beneficio privado:

"Desde la perspectiva que acaba de recomendarse, que ve en la transformación de un ciudadano en un ladrón una pura negligencia de redacción y rechaza como un purismo gramatical toda oposición contra ella, resulta evidente que la sustracción de leña suelta o la recolección de leña seca se subsume bajo la rubrica de robo y se pena de la misma manera que la sustracción de leña de árboles en pie".

Para Marx es crucial diferenciar entre el robo de leña y la recolección de leña suelta, pues son dos acciones diferentes que pretendían ser tratadas con el mismo rasero, gesto incongruente si consideramos que en la primera hay una acción violenta que produce la propiedad, mientras en la segunda encontramos una relación habitual que los campesinos de la zona habían practicado por milenios. Mientras el robo de leña con hacha es un atentado al propietario y al árbol, la recolección no afecta a nadie. Por lo anterior, Marx afirmaba:

"Y a pesar de esta diferencia esencial denomináis a ambos robo y los penáis como tal. Incluso penáis la recolección de leña suelta con mayor severidad que el robo, pues la penáis ya al declarar que es robo [...] Podríais haberla denominado asesinato de leña y haberla castigado como un asesinato".

Con brillante sutileza Marx asume dos operaciones: en primer lugar critica la injusta equiparación de dos prácticas abiertamente diferentes para penalizar a los campesinos en provecho de los nobles; en segundo lugar denuncia la argucia lingüística que denomina "robo" a una acción que no es más que el disfrute tradicional de los bienes comunes.

Nos falta aún la tercera operación, la más importante, que consiste en ir a la raíz, en cuestionar la noción de propiedad y su relación con el robo: "Si toda lesión de la propiedad, sin diferencia, sin determinación más precisa, es un robo ¿no sería la propiedad privada un robo? ¿Con mi propiedad privada no excluyo a todo terreno de esa propiedad, no lesiono, pues, su derecho de propiedad? ".

Hoy podemos aplicar el mismo razonamiento del joven Marx a propósito de la discusión de la S.O.P.A. (Stop Online Piracy Act) que discute por estos días el congreso gringo. 170 años después de los Debates de la Dieta Renana la situación se repite y los argumentos son los mismos. Los grandes hechos de la Historia universal se repiten al menos dos veces, lo decía Hegel, lo sabía Marx.

1) Los nobles pretendieron equiparar el recoger leña suelta con el talar árboles para robar la leña. Hoy algunos congresistas gringos pretenden que descargar un libro y compartirlo con una amiga, sea igual que hacer copias masivas de un libro sin permiso del autor para enriquecerse de manera fraudulenta.

2) Los campesinos del Rhin recogían leña suelta y seca para abrigarse; aunque lo hicieron por milenios, los nobles pretendieron denominar arbitrariamente esa práctica tradicional como "robo de leña". Los navegantes de la red descargamos y compartimos artículos, libros, canciones o películas para trabajar, educarnos o divertirnos, pero algunas compañías transnacionales buscan penalizar esa práctica inofensiva como un delito.

3) Lo más importante: las mismas compañías que reclaman el derecho a la propiedad intelectual de las creaciones son aquellas que se enriquecen con el trabajo intelectual de miles de autores, compositores, directores de cine, guionistas e intelectuales. Esas compañías son las que no pagan adecuadamente el esfuerzo de los creadores, generando una relación de explotación de los verdaderos autores, que en muchos casos pertenecen a la clase trabajadora. ¿La noción misma de propiedad intelectual no es similar a un robo que convierte en individual los conocimientos y las creaciones colectivas?

Si consideramos que los páramos, los ríos y los bosques son bienes comunes, ese título también lo merece el saber colectivo elaborado por las humanas y los humanos en su conjunto. A la humanidad le pertenecen esos bienes comunes, las corporaciones que se escudan en la propiedad intelectual solo buscan privatizar ese conocimiento y seguir explotando a sus verdaderos creadores.




La imagen de arriba fue elaborada por Gabriel Ramón Pérez (alias El Gabrie') quien aparece en la foto tomada por alguien más, con un niño que no sabemos si es su hijo, foto modificada en un programa elaborado por ingenieros que modificaron un programa anterior, elaborado por otros ingenieros que usaron un computador que tiene origen en los trabajos de Turing, quien se preocupó por estos temas tras leer un artículo de Gödel, quien criticaba a Russell... y así hasta Aristóteles, por lo menos.

domingo, 15 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (5) Sumisión al lenguaje

La miseria del lenguaje es otra señal de la ruina de nuestra era. Parece que la humanidad busca olvidar que el lenguaje es la fuente de la vida espiritual de la especie. Al igual que el espacio y la naturaleza, el lenguaje es susceptible de violencia.

El lenguaje humano expresa una condición que resume la clave primordial del materialismo: la base material/biológica de la especie posibilita elaboraciones espirituales que generan nuevas formas de vida.

Sabemos que la evolución llevó a que desarrolláramos una estructura anatómica de la laringe, la lengua y los músculos relacionados que nos permiten manejar con propiedad sonidos articulados;podemos pensar que esta capacidad llevó a la aparición del conjunto de nuestro pensamiento abstracto. Como lo subrayó Donald Davidson, todas las lenguas tienen un vocabulario finito básico, manejan conectivas lógicas (no, y, o, si… entonces) que permiten formar oraciones potencialmente infinitas, mientras la introducción de cuantificadores como “algún” y “todos” nos permite expresarnos sobre las entidades del mundo. Esos rasgos están incorporados en nuestro lenguaje diario y tienden a pasar desapercibidos, pero sin ellos no podríamos expresar nuestras creencias, no podríamos predicar propiedades de objetos, ni decir qué entidades pertenecen al mundo.

El lenguaje depende de nuestro cuerpo, pero nos lleva más allá, pues en nuestro lenguaje no solo se encuentra la base de la lógica, la ciencia y la filosofía, también habita la potencia expresiva de nuestro pensamiento reflexivo que nos permite hacer juicios y compartir un mundo común.

Por eso sin lenguaje no hay realidad social humana. Como bien lo ha mostrado John Searle, buena parte de los pensamientos humanos dependen del lenguaje o de símbolos ligados a él exclusivamente, pues buena parte de las instituciones propiamente humanas reflejan hechos dependientes del lenguaje. No hay modos prelingüísticos para referirnos a cuestiones tan diversas como el gobierno, el deporte, la propiedad, la religión, la ciencia o el arte. Solo los humanos tenemos una realidad social institucional posibilitada por el lenguaje.

Nuestra capacidad lingüística incluso parece ir más allá del lenguaje articulado al que se refiere Davidson. Los humanos mostramos una serie de conductas que desbordan la formulación proposicional para expresar la diversidad de acciones propias de las formas de vida humana, entre ellas fabricar un objeto de acuerdo con una descripción, relatar un suceso, establecer hipótesis, hacer operaciones aritméticas, rezar o saludarse. Así “hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida”, como lo afirma, aludiendo a los anteriores ejemplos, Wittgenstein en el parágrafo 23 de las Investigaciones filosóficas.

Los humanos somos animales lingüísticos que habitamos el lenguaje. Somos animales racionales, éticos, ceremoniales, metafísicos, lógicos, pero ninguno de los anteriores adjetivos podría formularse sin nuestra condición de habitantes del lenguaje.

En nuestra época dos enfermedades carcomen la riqueza del lenguaje. El primer padecimiento reduce su riqueza a la simple condición de mero instrumento al servicio de intereses particulares. El lenguaje se limita a la comunicación, al planteamiento de expresiones locales que excluyen al resto de los humanos; a cada comunidad un lenguaje, a cada tribu una colección de símbolos. La segunda dolencia lo entiende como un material dúctil que puede ser manipulado y cercenado hasta hacerlo ilegible; el reino de la abreviatura, la vulneración de la gramática, el reemplazo del soneto por el icono. La lengua pasa a ser un mero reflejo de pestañeos instantáneos sin continuidad. Un lenguaje instantáneo, deteriorado, que no busca perdurar.

El deterioro y la exclusión son claves de violencia contra el lenguaje, son prácticas de profanación y blasfemia, pues solo en el lenguaje habita lo sagrado.

No es casual que las mejores anti-utopías del siglo XX trataran sobre regímenes despóticos que violentaban el lenguaje. En 1984 de Orwell las proposiciones verdaderas mutaban en falsas, mientras el rigor de los conceptos era trastocado para que el soberano prevaleciera; el ministerio del amor se encargaba de las torturas, mientras “la guerra es la paz” era un lema oficial del Estado. Las frases articuladas eran reemplazadas por burdas abreviaturas: el “ministerio de la verdad” pasa a llamarse “minverdad” (a propósito ¿sabe usted cuáles son las direcciones electrónicas de los ministerios colombianos?). En Farenheit 451 los organismos de seguridad persiguen a los lectores y queman los libros para que la gente no se distraiga de las pantallas.

Los Regímenes autoritarios amputan las palabras con la censura, los Estados totalitarios manipulan el lenguaje; las sociedades del control de nuestro tiempo violentan el lenguaje de otra manera, aunque permiten el libre fluir de la expresión, banalizan el rigor de la proposición y anulan la fuerza actuante de quien habla. La miseria lingüística es miseria política.

Debemos habitar asumiendo nuestra sumisión al lenguaje para recomponer la vida humana que posibilita. En Farenheit 451 los militantes de la resistencia abandonaron sus nombres para llamarse como los libros que memorizaron; una táctica extrema pero necesaria para resguardar el saber milenario. En 1942 Sophie Scholl fue asesinada por los nazis por escribir en unas octavillas una proposición verdadera: "Hitler es un asesino de masas".

Toda forma de resistencia es una manera de habitar el lenguaje.


miércoles, 4 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (4) Cincelar el espacio, enfrentar a los vándalos



Las señales que nos anuncian la ruina de nuestra época evitan el Habitar. La violencia contra el espacio, la aceleración de la vida, la estética del deterioro, la miseria del lenguaje, la anulación de lo común y la dificultad de forjar nuevas tradiciones, son rasgos que remiten a la elusión del Habitar humano.

Habitar, un término que remite a ocupar un espacio, a forjar hábitos, a establecer relaciones con los humanos y la naturaleza, a procurar generar lo perdurable. Es preciso mantener el verbo en infinitivo pues es una acción que se pretende permanente.

Habitar un espacio implica fundirse con él, trabajarlo, darle forma; la negación del Habitar es la violencia contra el espacio. Violentar el espacio es pretender evitarlo, también es generar espacios-basura, residuos inútiles que vulneran la naturaleza. Se olvida a menudo que la selección natural no solo modifica los organismos vivos, también cincela el espacio: un animal devora un fruto silvestre para dejar la semilla en otro lugar donde nacerá una nueva planta; los pájaros, las abejas, el viento y el agua actúan como polinizadores naturales que expanden los alimentos y modifican los territorios. Algunas plantas lograron que sus semillas se hicieran resistentes a los jugos gástricos de los animales para expandirse genéticamente aunque fueran digeridas. La selección natural también implica la evolución del espacio, darle forma, esculpirlo; la evolución genera un proceso que biólogos evolucionistas como Richard Dawkins denominan arquitectura ascendente, aquella que permite construir la vida misma y los organismos, mediante un autoensamblado donde no hay ni arquitecto, ni líder, ni coreógrafo, más bien hay organismos que obedecen reglas locales para autoensamblarse y a su vez darle forma al espacio.

Los humanos, gracias a la selección artificial, también cincelan el espacio. Viajan para poblar el planeta, recogen frutos que luego serán semillas en otros lugares, siembran plantas seleccionando las mejores simientes, domestican animales (aunque Richard Dawkins tiene la interesante hipótesis de que los perros se domesticaron por su propia iniciativa) e incluso los cruzan para hacerlos más fuertes, usan los bienes de la naturaleza para forjar su vivienda y su transporte. Ese proceso está lejos de la armonía pues la evolución no es equilibrada, está más cercana al caos que al equilibrio. El punto crucial radica en que Habitar implica establecer relaciones con el entorno, mientras la violencia contra el espacio busca dominar el entorno; esa es la renuncia a Habitar.

La acumulación ampliada de capital se configura como violencia sistemática contra el espacio. La naturaleza se comprende como objeto a dominar y no como un complejo de criaturas con las que entablamos relaciones (de ello advierten Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración). Los bienes de la naturaleza pasan a ser recursos, los valores de uso pasan a ser valores de cambio. La acumulación de capital inutiliza el espacio vivo que forjaron durante millones de años los organismos vivos anteriores a los humanos y que por milenios perfilaron los indígenas y campesinos del planeta.

Valgan algunos ejemplos: el monocultivo de palma de aceite en Malasia está agotando la tierra cultivable del país, mientras en Indonesia genera quemas que aumentan las emisiones de dióxido de carbono que contribuyen al cambio climático. La minería a cielo abierto que avanza en América Latina retira la capa vegetal de territorios extensos, remueve toneladas de tierra y agrega mercurio y cianuro al agua para obtener unos cuantos gramos de oro, plata o cobre.

Así la tipología del Habitar de Benjamin y Brecht se altera profundamente. La cuestión no radica en que las pautas dominantes del habitar generen que el mundo deje de ser habitable. Más bien se abandona la pretensión misma de Habitar. Podemos pensar que el Habitar como huésped, el de aquel que no asume responsabilidades, vence al habitar co-pautante, pero es más correcto sostener que el huésped le ha abierto paso al inversionista y al turista. El inversionista, aquel individuo que ocupa territorios como quien exprime el jugo de una naranja para dejar un flaco residuo de humanos y bienes naturales. El turista va de paso consumiendo espacio y comprando la experiencia de transitar casualmente por los territorios ajenos tratando como souvenirs los objetos sagrados de las culturas nativas. Ambos son personajes que profanan y violentan el espacio, son la negación del Habitar.

Benjamin y Brecht nos hablan de los vándalos que destruyen y consumen habitando, pero es preciso ser más radicales: los vándalos no habitan, los vándalos consumen, profanan, inutilizan, destruyen, pero son incapaces de Habitar.

La política del Habitar implica muchos retos. Ocupar los territorios, re-ocupar los espacios violentados, relacionarse con el entorno, enfrentar a los vándalos y cincelar el espacio. La política del Habitar es practicada por millones de hombres y mujeres alrededor del mundo, campesinos, campesinas, indígenas y afro en su mayoría. Nosotros, solo le damos un nombre (más) a esa praxis colectiva.



martes, 3 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (3) Giorgio Colli, Violencia contra el espacio




“«Cuánto menos deba uno esforzarse tanto mejor» El ideal moderno: la pereza. Pero solo se posee y se disfruta aquello que se conquista. Especialmente peligrosa la tendencia moderna a falsear y reducir las distancias espaciales y temporales. Lo primero se consigue con las máquinas: comúnmente, se reduce el tiempo para recorrer ciertas distancias, o bien se ofrece un sucedáneo de la presencia simultánea en lugares diversos. El espacio, con su estructura, es un dato insuperable, es naturaleza: como no se puede eliminar, se violenta”.

(Giorgio Colli, El libro de nuestra crisis, p 29).

Estética y Política del Habitar (2). Kraus y Wittgenstein: respeto por la naturaleza, sumisión al lenguaje.

En la novedosa lectura de Jacques Bouveresse sobre la obra de Wittgenstein, se resalta la desconfianza y el pesimismo del filósofo vienés en torno a su época. Valga al respecto una anotación de 1947:

“La visión apocalíptica del mundo es, rigurosamente hablando, aquella según la cual las cosas no se repiten. No resulta insensato creer, por ejemplo, que la época científica y técnica sea el principio del fin de la humanidad; que la idea del gran progreso sea una ilusión que nos ciega, al igual que la idea del conocimiento completo de la verdad; que en el conocimiento científico no hay nada de bueno ni de deseable y que la humanidad que se esfuerza por alcanzarlo se precipita en una trampa. No es para nada claro que lo anterior no sea cierto”.



Ese tono apocalíptico fue adelantado por Karl Kraus, el solitario redactor de la revista Die Fackel(“La Antorcha”). Como señala Bouveresse, para Kraus la guerra mundial de 1914 representó el triunfo de la técnica, ese rasgo de nuestro tiempo cuyo núcleo radica en su carácter bélico. La técnica representa una violencia contra la naturaleza que amenaza la supervivencia de la humanidad misma, para Kraus: “El alma ha sido desposeída por la técnica; esto nos hace débiles y belicosos. ¿Cómo hacemos la guerra? Aplicando nuestros antiguos sentimientos a la técnica”.


(Valga anotar que por la misma época el filósofo Franz Rosenzweig proclamaba con tonos de denuncia, que la guerra mundial podía leerse como el cumplimiento de la dialéctica de la Historia universal y no como su desviación. Leer a Hegel al pie de la letra implica asumir que la devastación bélica es resultado de la recta marcha metafísica de la Historia como Progreso; de ahí que nos planteara la necesidad de un Nuevo Pensamiento (Neues Denken) que sustraído de la Razón Histórica pueda juzgar la catástrofe desde el Yo individual. Aunque se olvide, la crítica heideggeriana a la técnica como realización de la metafísica ya había sido adelantada por las reflexiones de los judíos Kraus y Rosenzweig).

Para Kraus el Progreso es un proceso autónomo y ciego, que se desarrolla al margen de la humanidad y en contra de ella. El progreso refleja violencia contra la naturaleza y contra la humanidad, violencia que solo es comparable con el daño cotidiano infligido contra el lenguaje. Concebir al lenguaje como simple instrumento adaptable a las necesidades del hablante es síntoma de decadencia; el lenguaje debería comprenderse como un amo digno de respeto, no como un instrumento dúctil a los intereses particulares. Es preciso entonces asumir una nueva actitud: el respeto a la naturaleza y la sumisión al lenguaje.

Wittgenstein y Kraus. Respeto por la naturaleza, sumisión al lenguaje, crítica del Progreso y rechazo a la violencia de la técnica. Ambos asumen la grandeza de permanecer en su lugar evitando las falsas promesas del movimiento que conduce a la catástrofe. Esa permanencia no implica el sedentarismo y la quietud, bien sabemos que Wittgenstein era un emigrado en movimiento constante; la permanencia radica en habitar la naturaleza y habitar el lenguaje.

(Las notas están tomadas de Jacques Bouveresse, “Wittgenstein. El progreso, la modernidad y la decadencia”, p 99 y ss).

lunes, 2 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (1) Tipología del Habitar de Benjamin y Brecht



En una conversación fechada el 8 de junio de 1931, Walter Benjamin y Bertolt Brecht bosquejaron una tipología del Habitar. Para nuestra fortuna se conserva un resumen de puño y letra del propio Brecht:

“Damos dos representaciones del habitar:

1) el habitar co-pautante que lleva a que el entorno forme «figuras» con el que habita.

(actor, hábitos de actuación)

2) el habitar como huésped, no se asumen responsabilidades por la silla; «sirve» para sentarse, no se fusiona, invita + desinvita.

habitualmente ambas representaciones están unidas en un solo individuo

*

Otras dos representaciones reunidas

3) el habitar que le [da] el máximo [de hábitos] al que habita. (hábitos forzosos).

4) el modo de habitar que le da el mínimo de hábitos al que habita,

*

Delimitación de los dos campos (depuración)

1) no hay una relación de propiedad acentuada

3) relación de propiedad acentuada (lo que se imaginan las dueñas de habitaciones amuebladas para alquilar).

2) habitar como huésped: la dietética de los hábitos breves

4) el vivir (de los vándalos) el habitar destructor, el consumir habitando”.

Erdmut Wizisla, director del archivo Bertolt Brecht y del archivo Walter Benjamin, afirma: “Lo que une aquí a Benjamin y Brecht es el interés por hábitos y modos de comportamiento de la gente que son sociales y se pueden captar en la práctica”. (“Benjamin y Brecht. Historia de una amistad”, p 84).