El crimen
cometido contra la publicación satírica francesa Charlie Hebdo merece una
inequívoca condena. Sin embargo, la indignación moral no anula la posibilidad
de debatir sobre la religiosidad, el imperialismo, la libertad de expresión y
las posibilidades de la sátira; por el contrario, considero que la indignación
nos exige reflexionar sobre tales cuestiones.
La sátira liberal y el antiimperialismo
culturalista
Tal vez el
aspecto más inquietante del crimen radica en que se dirigió contra
caricaturistas. Una caricatura es un motivo demasiado fútil para motivar un
asesinato político, máxime cuando los asesinos muestran tal grado de sevicia.
No obstante, no son pocas las voces que, sin dejar de condenar el crimen, han
señalado que tales caricaturas son abiertamente provocadoras y que llegan a
rayar en el racismo, la xenofobia y la ofensa deliberada contra las comunidades
religiosas, en especial contra cristianos y musulmanes.
Charlie
Hebdo es una publicación con posiciones políticas de izquierda, incluso varias
de las personas asesinadas también colaboraban con el diario comunista
L´humanité. Tal vez su actitud satírica es herencia de la izquierda francesa
ligada a los grupos surrealistas o a la Internacional Situacionista, quienes no
perdían oportunidad para atacar a los poderes establecidos, incluidas las
religiones y sus autoridades. En las páginas de Charlie Hebdo encontramos viñetas
donde se representa la trinidad cristiana como un trío sexual o al Papa
Francisco disfrazado de garota en el
carnaval de Río, también llegaron a publicar una caricatura alusiva a una
matanza de musulmanes en Egipto con el texto “el Corán no detiene las balas”.
Quiero situar este
debate a propósito de la discusión sobre el nuevo
ateísmo, corriente contemporánea donde se incluye al biólogo Richard Dawkins,
el filósofo Daniel Dennett, el polemista Michel Onfray, el escritor Sam Harris y
el ya fallecido intelectual Cristopher Hitchens. Los nuevos ateos apelan al
legado de la ilustración para atacar la fe religiosa, insistiendo en la
importancia de la duda, el escepticismo, la razón y la ciencia. Cada uno de
ellos es autor de libros críticos contra las religiones publicados en los
últimos diez años, libros que sin excepción se han convertido en best-sellers. En diciembre de 2014 la
revista de izquierdas Jacobin publicó un ensayo de Luke Savage que lleva por
título “New Atheism, Old Empire” (Nuevo ateísmo, viejo imperio)[1]. Para Savage los nuevos
ateos (en especial Hitchens, Dawkins y Harris) son responsables de darle apoyo
intelectual a la guerra contra el terrorismo suscitada tras el 11 de
septiembre, y de respaldar, directa o indirectamente, las intervenciones
militares en países como Afganistán, Irak, Siria y Libia, recubriendo los
intereses geopolíticos imperialistas de las potencias occidentales. Cabe
resaltar que este nuevo ateísmo ha sido particularmente incisivo con la
religión musulmana; Harris, al defender la guerra de Irak, afirmó: “no estamos
en guerra contra el terrorismo, estamos en guerra contra el Islam”[2].
Para
Savage la propaganda atea encubre propósitos no declarados que coinciden con
los objetivos del viejo imperialismo. En su criterio, este ateísmo defiende la
supremacía cultural de occidente, defiende la actitud colonial de patronalismo
y paternalismo con los pueblos del Oriente Próximo, e impulsa un discurso de
justificación de la violencia imperial. Con una postura muy similar, un crítico
de Charlie Hebdo declaró en estos días que la publicación francesa es un “monumento a la
intolerancia, al racismo y a la arrogancia colonial” [3].
En las viñetas
de Charlie Hebdo se reflejan actitudes muy cercanas al nuevo ateísmo criticado
en las páginas de Jacobin magazine. Hoy la opinión de izquierda se mueve entre
esos dos polos, entre una posición atea, crítica de la superstición religiosa,
y una posición antiimperialista defensora de la diversidad cultural y la
autonomía de los pueblos.
¿Podremos
encontrar una perspectiva más allá de esos dos polos?
Más allá de las disputas religiosas
En su
libro Dios no es bueno, Cristopher
Hitchens hizo una peculiar reflexión sobre la solución al conflicto entre
Israel y Palestina. Comentando sobre su charla con diplomático israelí Abba
Eban afirmó: “lo primero que llamaba la atención sobre la disputa entre
israelíes y palestinos, afirmaba él, era su fácil resolución… Dos pueblos de un
tamaño aproximadamente equivalente formulaban una reivindicación sobre una
misma tierra. La solución, obviamente, era crear dos estados contiguos”. Ante
una propuesta tan razonable, Hitchens añade: “¿Seguro que una cosa tan evidente
estaba al alcance la capacidad de comprensión y la inteligencia de un ser
humano? Y así habría sido desde hace muchas décadas si se hubiera podido
mantener alejados de allí a los rabinos, los ulemas y los sacerdotes
mesiánicos” (p 39).
Así
Hitchens anula toda la trayectoria histórica del conflicto en Palestina. La
persistencia de la cuestión judía, el comportamiento británico al delimitar las
fronteras del Oriente Próximo tras la Primera Guerra Mundial, las discusiones
sobre el proyecto sionista en el seno de la comunidad judía, las consecuencias
del holocausto, los resultados de las sucesivas guerras entre árabes e
israelíes, o las tensiones al interior de la OLP, quedan borradas con una
reflexión superficial: la religión es la única culpable del conflicto, olvidada
queda la política. Mientras tanto, los críticos del nuevo ateísmo sugieren que
la persistente voz de la razón ilustrada encubre el imperialismo occidental y
propicia la supremacía cultural de occidente, evitando criticar el rol que
juega el fundamentalismo religioso en los conflictos contemporáneos.
Una vieja
y efectiva fórmula para analizar los conflictos religiosos fue esbozada por
Marx en Sobre la cuestión judía: “No transformamos las cuestiones seculares
en teológicas, transformamos las cuestiones teológicas en seculares”. Me
atrevo a interpretar esta fórmula sugiriendo dos pasos: 1. Es crucial
preguntarse cuáles son los motivos terrenales que generan las disputas
religiosas; y 2. Hay que preguntar cómo las concepciones
religiosas actúan como catalizadoras de los conflictos políticos. Creo que
tales coordenadas nos permitirán evadir oposiciones habituales que contraponen
“la libertad de expresión occidental frente a la barbarie extremista”, o “la
xenofobia liberal contra la autonomía multicultural”; oposiciones donde se
pierde mucho de la complejidad de la situación concreta.
La posición secular
Vale la
pena recordar la actitud de Marx y Engels frente a cuestiones similares. En
1863 Marx recordaba que Catalina II, la Zarina ilustrada alabada por Voltaire,
invadió Polonia amparándose en la excusa de la tolerancia religiosa, pues según
ella pretendía liberar a los cristianos ortodoxos oprimidos por un gobierno
oscurantista católico. Tiempo después, a propósito de la Guerra de Secesión en
Estados Unidos, Marx apoyó a los abolicionistas cristianos Garrison y Phillips,
mientras criticó duramente al esclavista laico Calhoun. En sus escritos sobre
Irlanda, Engels señaló que en muchos casos los pueblos colonizados obtienen
conciencia de su situación a través de la religión; para los irlandeses
católicos apoyados por Marx y Engels, los terratenientes colonizadores ingleses
eran descritos como los “intrusos protestantes”[4]. En varios escritos, Marx
y Engels profesan admiración por Tomas Müntzer, el reformador protestante que
acompañó las revueltas del campesinado alemán en el siglo XVI.
En
contravía de la opinión hegemónica que ve a Marx y Engels como dos profetas del
ateísmo que criticaron la religión sin piedad alguna, en varias ocasiones los
dos dirigentes alemanes respaldaron a los religiosos y se enfrentaron a los
ilustrados ateos[5].
En cada caso analizaron la situación concreta para tomar decisiones políticas:
respaldaron a los irlandeses contra el imperialismo británico, a los polacos
oprimidos por el despotismo ilustrado de la corte rusa y a los luchadores por
la emancipación de los esclavos en Estados Unidos. Tal respaldo de la
religiosidad en situaciones concretas no los llevó a renegar de la ciencia, la
razón o el legado de la ilustración. Su crítica de la religión no pretendía
desmontar las religiones históricas, sino mostrar cómo los valores dominantes
contribuían a la desigualdad y la falta de autonomía de pueblos, naciones,
clases sociales e individuos.
Por eso
tanto el nuevo ateísmo como el antiimperialismo multicultural abordan el
problema de manera inadecuada. Los nuevos ateos privan de historicidad los conflictos
políticos, y no reconocen la racionalidad propia de lo sagrado que está inmersa
en la religión. A propósito de la religiosidad, alguna vez Wittgenstein habló
de las “creencias inconmovibles”, aquellas que no se mueven en el plano de las
razones ordinarias, más bien son creencias de otro tipo: “hay que llamar a esto
la más firme de todas las creencias, porque la persona arriesga por ello lo que
no arriesgaría por cosas mucho mejor fundadas para ella. Aunque distinga entre
cosas bien fundadas y no bien fundadas”[6].
Los
defensores a ultranza de la libertad de expresión deben recordar que las
afirmaciones sobre la religión se relacionan con tales creencias inconmovibles,
y que en los debates públicos ensobre estos temas las razones ordinarias no
siempre son efectivas, por eso se exige de una mayor agudeza y ponderación para
tratar estos asuntos. Los antiimperialistas culturalistas también yerran al
identificar el legado de la ilustración con el racismo o el imperialismo, y al
no condenar de manera firme los excesos del fundamentalismo religioso. A su
manera también anulan la historicidad y la complejidad de los conflictos al no
darse cuenta del rol activo que cumplen las religiones en los asuntos
políticos.
Tal vez lo
más razonable sea apelar a una posición secular que resalte la peculiaridad de
las situaciones concretas donde interviene lo religioso sin soslayar su
complejidad y sus tensiones, procurando una mezcla entre la razón y la
esperanza. Por eso considero crucial:
- Analizar el plano terrenal de los conflictos religiosos;
- Tener en cuenta que la religiosidad se funda en creencias arraigadas que no se modifican con el simple intercambio de ideas, sino que tienden a modificarse en perspectivas de larga duración;
- Que el intercambio libre de ideas también requiere de respeto y responsabilidad con el otro. Que para generar un debate racional es preciso considerar con seriedad las creencias del otro y tener un particular tacto con las creencias arraigadas o inconmovibles;
- Que en las situaciones concretas no podemos tomar partido apoyándonos solamente en las creencias de los pueblos o individuos, sino mirando cómo podemos desmantelar las situaciones de desigualdad, servidumbre o falta de reconocimiento;
- Que los crímenes motivados por la religión no dejan de ser crímenes porque se funden en creencias inconmovibles;
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El crimen
contra Charlie Hebdo no es una venganza contra racistas atrevidos, tampoco
refleja un simple conflicto entre libertad de expresión y censura, es preciso
ir más allá. No podemos analizar la situación sin perder de vista que el
fundamentalismo islámico tiene su origen en las imposiciones imperialistas a
los pueblos del medio oriente, que para muchos jóvenes musulmanes alrededor del
mundo el fundamentalismo es un vehículo de reivindicación de sus valores y de
rechazo a la ocupación de sus países (en muchos casos los pueblos colonizados
obtienen conciencia de su situación a través de la religión, decía Engels).
Sin
embargo, el fundamentalismo islámico ataca a los blancos equivocados, pues
muestra como una guerra contra los infieles lo que en su origen fue una batalla
contra la dominación colonial, borrando así la base terrenal de un profundo
problema político. De ahí la lucidez de una reflexión de Michael Mann tras el
11 de septiembre:
“Los aspectos económicos de este conflicto se mantienen de algún modo
ocultos: aparecen escasamente en el discurso fundamentalista, que de hecho
denuncia toda forma de materialismo como extranjera. No obstante, si los países
fundamentalistas experimentaran el desarrollo económico y la redistribución,
¿quién pondría en duda que el fundamentalismo de combate perdería fuerza?”[7].
De esta
manera los nuevos ateos y los fundamentalistas coinciden secretamente, pues
ambos entienden el conflicto en Oriente Próximo como un asunto meramente
religioso. Lo anterior también nos permite comprender porqué el fundamentalismo
fue estimulado por las potencias imperialistas para debilitar a las corrientes seculares
de esa región que se han opuesto a la dominación colonial y al saqueo de sus
recursos naturales. Basta recordar el origen de Al Qaeda, financiada por la
CIA, o corroborar la función que cumplen las ultraconservadoras monarquías
petroleras en Oriente Próximo y sus sistemáticas violaciones a los derechos
humanos, en especial contra las mujeres y los disidentes políticos.
Por otro
lado, los principales beneficiados por el crimen contra Charlie Hebdo son los
dirigentes de la extrema derecha francesa agrupada en el Frente Nacional, para
quienes la masacre es una oportunidad política para seguir impulsando la
islamofobia, el racismo y el odio a los inmigrantes en Francia, así no solo la
libertad de expresión ha sido vulnerada, pues la comunidad musulmana también se
ve en peligro ante un inminente brote de islamofobia. Es posible que el
debilitado gobierno de Hollande se inmiscuya aún más en Oriente Próximo, y que
la persecución a los jóvenes musulmanes se acentúe, entregándole nuevos
militantes a la causa del fundamentalismo.
Podemos
defender la libertad de expresión y combatir la islamofobia y el racismo; de
igual manera podemos asumir una posición antiimperialista sin cohonestar con el
fundamentalismo islámico. Esos son algunos retos ante la barbarie que nos rodea.
Alejandro Mantilla Q.
9 de enero de 2015
Alejandro Mantilla Q.
9 de enero de 2015
[1] Luke Savage, “New Atheism, Old
Empire” https://www.jacobinmag.com/2014/12/new-atheism-old-empire/
[2] Sam Harris, “Mired in a Religious
War”, http://www.washingtontimes.com/news/2004/dec/1/20041201-090801-2582r/
[3] José Antonio Gutierrez Dantón, “Je ne suis pas Charlie (Yo no soy Charlie)”,
http://prensarural.org/spip/spip.php?article15864
[4] Doménico Losurdo, “La lucha de
clases. Una historia política y filosófica”, Barcelona, El viejo topo, 2013.
[5] Valga recordar que en el seno de la
I Internacional Marx se opuso a que el ateísmo fuese un requisito para
pertenecer a dicha asociación, contraviniendo las propuestas de Bakunin.
[6] Ver sus “Lecciones y conversaciones
sobre estética, psicología y creencia religiosa”, p 130.
[7] Michael Mann “La globalización y el
11 de septiembre” New Left Review n.o 12, p 22 y 23.