martes, 23 de octubre de 2012

La sociedad del Photoshop. Apunte sobre Pacific Rubiales


En su ensayo La fotografía, escrito a finales de los años 20 del siglo pasado, Siegfried Kracauer relata un episodio que bien resume los contornos de nuestra época: “Un hombre retratado por Trübner le pidió al artista que no olvidara las arrugas y pliegues de su rostro. Trübner señaló hacia la ventana y dijo: Allí vive un fotógrafo. Si desea tener arrugas y pliegues dígale que venga; él se los podrá dibujar; yo pinto historia”.

Para Kracauer la fotografía riñe con la historia, pues la genuina historicidad requiere superar la superficialidad que entrega la imagen fotográfica. De ahí que señale: “en la obra de arte el significado del objeto se convierte en un fenómeno espacial, mientras que en la fotografía el fenómeno espacial de un objeto es su significado”.

A mi juicio, Kracauer apuntaba a afirmar que la obra de arte podía condensar en el espacio todo el significado de una época, mientras la fotografía es un reflejo efímero de  significado histórico. La superficialidad de la fotografía entraña el peligro de reducir la reflexividad sobre el sentido de la historia al resumen instantáneo que congela los procesos históricos. La obra de arte da que pensar, la fotografía nos ahorra ese trabajo diciéndonos qué debemos pensar. La obra de arte revela la historia, la fotografía la desplaza. Lo anterior se puede ejemplificar con el contraste entre el Guernica de Picasso y la famosa foto del Che Guevara tomada por Korda; el cuadro es un testimonio reflexivo de la masacre, mientras la foto bien puede anular la significatividad del héroe representado que puede pasar a convertirse en un icono vaciado.

A pesar de su lucidez, en nuestra época Kracauer se queda corto. El relato aludido se puede reescribir hoy de otra manera. Hoy es más adecuado decir: “Un hombre retratado por un fotógrafo famoso le pidió al artista que borrara las arrugas y pliegues de su rostro. El fotógrafo señaló hacia la ventana y dijo: Allí vive un publicista. Si desea borrar sus arrugas y pliegues dígale que venga; él los podrá borrar con su computador; yo retrato su rostro tal cual es”.

Si la fotografía convierte la historia en una sucesión de imágenes superficiales, en nuestra época se hace habitual la manipulación de esa superficialidad. Aunque las imágenes fotográficas sean superficiales aún pueden entregarnos algo de veracidad. En nuestra época se evidencia la sucesión de imágenes vacías sobre las que no podemos estar seguros si son veraces o manipuladas. Nuestra época se dedica a horadar las ruinas. Ya no basta con pretender raptar el sentido de la historia, también se rapta la veracidad de los hechos inmediatos. 

No basta decir que vivimos en la sociedad de la imagen. Es preciso anotar que hoy no podemos saber con propiedad qué imágenes son veraces y qué imágenes son falsas. 

***

El caso de Pacific Rubiales es una buena muestra de la ruina de nuestra época. Tenemos evidencias para mostrar que es una compañía que despoja territorios, que atenta contra los trabajadores, que saquea los recursos naturales de la nación. Pero a pesar de los hechos, ante la opinión la empresa aparece como defensora del país: el jugador n.° 12 de la selección Colombia, el agente del progreso en las regiones, la empresa benefactora de los pobres, el ángel guardián de los indígenas. Para lograrlo ha invertido millonarios recursos en comprar periodistas y medios de información que aceptan unas cuantas monedas para mentirle al país de la manera más descarada. 



El caso del columnista Daniel Pardo, retirado de un medio digital por criticar a Pacific y señalar la campaña de mentiras impulsada por la compañía, nos deja al menos tres lecciones. En primer lugar, que la primera tarea de quienes buscamos una sociedad más justa consiste en señalar los hechos que las imágenes manipuladas se empeñan en negar o en ocultar. En segundo lugar, que no basta con señalar los hechos, es necesario saber que decir la verdad no basta en una sociedad donde la información es abiertamente manipulada. Por eso es necesario impulsar una batalla por la verdad en medio de la inmensa ofensiva de la mentira. En tercer lugar, que es necesario desconfiar de las posiciones que defienden la "construcción contingente de la realidad", pues de manera soterrada respaldan la manipulación de los hechos. 

Defender hoy la objetividad es una tarea ética fundamental. Los trabajadores que se enfrentan a los desmanes de Pacific Rubiales no luchan únicamente por mejores condiciones de trabajo, luchan también por el derecho a la verdad, en una sociedad marcada por el dominio de la mentira.    



   

lunes, 8 de octubre de 2012

El liberalismo y las analogías. Otra mirada al triunfo de Chávez



¿Cuántas elecciones ha ganado Chávez? No lo tengo claro, pero sé que el número ronda la decena. Ayer, domingo 7 de octubre, ganó nuevamente. No es difícil predecir las reacciones: la izquierda rebosa de alegría y la derecha se resigna.

Pero resulta que hoy no son interesantes ni los ganadores ni los perdedores. Lo interesante es la opinión liberal, aquella que no hizo campaña frontal por Capriles, aquella que incluso resalta los logros sociales de Chávez, pero que censura que el mandatario ganara una nueva contienda. Es la posición de la justa medida, del “nada en exceso”. Una buena partidaria de esta posición diría algo así:

-Es importante que Chávez sea presidente, ha hecho cosas buenas por los pobres, pero ¿atornillarse en el poder? Eso es un tipo de dictadura.

Esta posición tiende a partirse en dos, por un lado están quienes apoyan a Chávez pero quieren que pierda, por extraño que suene. Como afirma Óscar Guardiola:

“Parte de mí preferiría que Chávez perdiese las elecciones. Ello confirmaría que la democracia y el socialismo son compatibles, permitiría ver qué puede hacer la oposición en el poder y al proceso revolucionario mantener la salud con o sin Chávez”[1].

Los segundos son más interesantes. Sus ataques no se dirigen al presidente re-electo, el genuino objetivo de sus invectivas es la izquierda colombiana. Una partidaria de esta posición (me encantaría citar a una sola persona, pero son varias) dice algo así:

-No entiendo a quienes se opusieron a las reelecciones de Uribe y ahora celebran la victoria de Chávez. Parece que aborrecen los excesos de la derecha pero celebran los excesos de la izquierda: ¡Hipócritas!  

En apariencia su argumento es contundente. Pero considero que hay cuatro razones para no aceptar esa posición.

En primer lugar, la tesis de la sustracción. Quienes nos enfrentamos a la reelección en Colombia hace unos años no nos opusimos a la figura de la reelección en abstracto, como figura constitucional. Más bien quisimos evitar la relección de Uribe, así, con nombre propio. Asumir que la política depende de las formas sin mirar su contenido, desemboca en su vaciamiento. Aquí recuerdo la tesis de la “política de la sustracción” de Alain Badiou, donde una pequeña diferencia modifica todo un conjunto. Un buen liberal afirma: “Chávez y Uribe son iguales, ambos buscan permanecer en el poder, ambos controlan el Estado, ambos desconocen a la oposición”. Entonces el socialista pregunta ¿Cuál es la diferencia entre ambos? Y la respuesta es obvia: Que uno es de extrema derecha y el otro es un socialista. He aquí el impasse del liberal, la pequeña diferencia entre ambos es una diferencia abismal. La política no se reduce a procedimientos.

En segundo lugar la tesis de la transición. Una persona democrática no ve con buenos ojos que un solo individuo gobierne por veinte años sin alternación. Pero, parafraseando a Hilary Putnam, “la política no está en las cabezas”. La política no se vive en un mundo ideal donde la acción se rige por normas universales. Solo dos tipos de individuos pueden guiar sus acciones ceñidos a normas abstractas universales: los santos y los que no actúan. De eso se trata la conocida crítica de Hegel al alma bella kantiana. Quien no actúa puede sentirse cómodo censurando las acciones ajenas, pero quien actúa debe asumir decisiones que en muchos casos son dolorosas. Creo que era el jurista Manuel Atienza quien hablaba de los casos trágicos, aquellos donde cualquier decisión implica consecuencias que contravienen nuestra moralidad; en esos casos no hay opción, debe asumirse que la decisión a tomar tendrá alguna repercusión indeseada. En los tiempos de transición política es habitual que quienes actúen se vean sometidos a estas situaciones. Si hasta ahora el PSUV no tiene un líder de las calidades del presidente, ¿Qué hacer?

Entre el candidato socialista que se aferra al poder y el candidato de los ricos de Venezuela ¿cuál es la mejor opción? Un buen liberal puede responder dos cosas. Puede decir que prefiere a Capriles y así la discusión queda zanjada. También puede decir que prefiere una tercera alternativa, ni Capriles, ni Chávez, alguien que tenga algo de socialista pero respete el liberalismo político. Ese personaje hay que buscarlo en los manuales de zoología fantástica de Borges, porque en la vida real no existe. 

La tercera es la profundización de la democracia. Quienes critican a Chávez por “dictador” analizan con ligereza las instituciones venezolanas. Olvidan que el sistema electoral venezolano es profundamente transparente. El voto electrónico está tan bien diseñado que la oposición bien sabe que es muy difícil hacer fraude hoy día. La constitución venezolana incluye puntos democráticos que en regímenes liberales son impensables. Toda reforma constitucional, por ejemplo, debe ser aprobada por consulta popular. Y claro, debe recordarse que  Chávez es el único presidente de la región que se ha sometido a un referendo revocatorio.

Es muy extraño el totalitarismo chavista: no se puede hacer fraude en las elecciones, las reformas de la constitución se hacen con participación popular y el presidente puede ser revocado. Los liberales no han reparado en que la constitución venezolana implica una profundización de la democracia. Quienes tildan de antidemocrático a Chávez asumen que la democracia liberal es el único tipo de régimen a defender.

La cuarta tesis es el apoyo ponderado. Quienes hoy celebramos la victoria de Chávez no tenemos porqué compartir todas sus políticas o todas sus decisiones. Yo mismo no comparto la retirada de Venezuela del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, ni sus alianzas con Putin y los Chinos, e incluso creo que aún falta mucho en materia de productividad y redistribución de la riqueza. Pero apoyar a Chávez es apoyar el retorno de la esperanza para los pobres en América Latina.  Con Chávez los pobres dejaron de aparecer como los personajes de las telenovelas de Venevisión cuya redención consistía en casarse con un rico. 

Con Chávez los pobres reclaman su lugar en la historia.                     

Apostilla: Aunque Hannah Arendt fuese una gigante, hay mucho de tramposo en su libro Los orígenes del totalitarismo. En las dos primeras partes de ese trabajo se ocupa de una genealogía del antisemitismo y el imperialismo que explica bien los orígenes del fascismo y el nazismo. Pero cuando llega a la tercera parte, Arendt procede por analogía; empieza a mirar en qué se parecen Hitler y Stalin para compararlos. El nazismo se explica por sí solo, pero el estalinismo se explica por comparación. Una buena liberal tiende a apoyarse en analogías para defender sus posiciones, pero esa estrategia tiende a ser muy débil.


El caso de Jacques Rancière es mucho más triste. Hace unos días declaró: “cuando veo que Hugo Chávez quiere ser presidente por tercera vez, me digo que está lejos de ser un demócrata. Un demócrata es aquel que crea las condiciones para que alguien lo suceda cuanto antes. Para que no haya precisamente necesidad de un jefe, de una encarnación suprema de la nación”[2]. Es triste porque su libro El desacuerdo apunta a pensar la política de los políticos por encima de la política de los filósofos. Es terrible la posición de un antiplatónico que se asuma como rey filósofo.   
  
Alejandro Mantilla Q.
8 de octubre de 2012
   





[1]La cuestión Chávez”, El Espectador, 25 de septiembre de 2012.