¿Cuántas elecciones ha ganado Chávez? No lo tengo claro, pero
sé que el número ronda la decena. Ayer, domingo 7 de octubre, ganó nuevamente. No
es difícil predecir las reacciones: la izquierda rebosa de alegría y la derecha
se resigna.
Pero resulta que hoy no son interesantes ni los ganadores ni
los perdedores. Lo interesante es la opinión liberal, aquella que no hizo
campaña frontal por Capriles, aquella que incluso resalta los logros sociales
de Chávez, pero que censura que el mandatario ganara una nueva contienda. Es la
posición de la justa medida, del “nada en exceso”. Una buena partidaria de esta
posición diría algo así:
-Es importante que Chávez sea presidente,
ha hecho cosas buenas por los pobres, pero ¿atornillarse en el poder? Eso es un
tipo de dictadura.
Esta posición tiende a partirse en dos, por un lado están
quienes apoyan a Chávez pero quieren que pierda, por extraño que suene. Como
afirma Óscar Guardiola:
“Parte de mí preferiría que Chávez
perdiese las elecciones. Ello confirmaría que la democracia y el socialismo son
compatibles, permitiría ver qué puede hacer la oposición en el poder y al
proceso revolucionario mantener la salud con o sin Chávez”[1].
Los segundos son más interesantes. Sus ataques no se dirigen al
presidente re-electo, el genuino objetivo de sus invectivas es la izquierda
colombiana. Una partidaria de esta posición (me encantaría citar a una sola
persona, pero son varias) dice algo así:
-No entiendo a quienes se opusieron a
las reelecciones de Uribe y ahora celebran la victoria de Chávez. Parece que
aborrecen los excesos de la derecha pero celebran los excesos de la izquierda: ¡Hipócritas!
En apariencia su argumento es contundente. Pero considero que
hay cuatro razones para no aceptar esa posición.
En primer lugar, la tesis de la sustracción. Quienes nos enfrentamos
a la reelección en Colombia hace unos años no nos opusimos a la figura de la reelección
en abstracto, como figura constitucional. Más bien quisimos evitar la relección
de Uribe, así, con nombre propio. Asumir que la política depende de las formas
sin mirar su contenido, desemboca en su vaciamiento. Aquí recuerdo la tesis de la “política
de la sustracción” de Alain Badiou, donde una pequeña diferencia modifica todo un
conjunto. Un buen liberal afirma: “Chávez y Uribe son iguales, ambos buscan permanecer
en el poder, ambos controlan el Estado, ambos desconocen a la oposición”. Entonces
el socialista pregunta ¿Cuál es la
diferencia entre ambos? Y la respuesta es obvia: Que uno es de extrema
derecha y el otro es un socialista. He aquí el impasse del liberal, la pequeña diferencia entre ambos es una
diferencia abismal. La política no se reduce a procedimientos.
En segundo lugar la tesis de la transición. Una persona
democrática no ve con buenos ojos que un solo individuo gobierne por veinte
años sin alternación. Pero, parafraseando a Hilary Putnam, “la política no
está en las cabezas”. La política no se vive en un mundo ideal donde la acción
se rige por normas universales. Solo dos tipos de individuos pueden guiar sus
acciones ceñidos a normas abstractas universales: los santos y los que no
actúan. De eso se trata la conocida crítica de Hegel al alma bella kantiana. Quien
no actúa puede sentirse cómodo censurando las acciones ajenas, pero quien actúa
debe asumir decisiones que en muchos casos son dolorosas. Creo que era el jurista
Manuel Atienza quien hablaba de los casos trágicos, aquellos donde cualquier
decisión implica consecuencias que contravienen nuestra moralidad; en esos
casos no hay opción, debe asumirse que la decisión a tomar tendrá alguna repercusión
indeseada. En los tiempos de transición política es habitual que quienes actúen
se vean sometidos a estas situaciones. Si hasta ahora el PSUV no tiene un líder
de las calidades del presidente, ¿Qué hacer?
Entre el candidato socialista que se aferra al poder y el
candidato de los ricos de Venezuela ¿cuál es la mejor opción? Un buen liberal
puede responder dos cosas. Puede decir que prefiere a Capriles y así la
discusión queda zanjada. También puede decir que prefiere una tercera alternativa,
ni Capriles, ni Chávez, alguien que tenga algo de socialista pero respete el
liberalismo político. Ese personaje hay que buscarlo en
los manuales de zoología fantástica de Borges, porque en la vida real no existe.
La tercera es la profundización de la democracia.
Quienes critican a Chávez por “dictador” analizan con ligereza las instituciones
venezolanas. Olvidan que el sistema electoral venezolano es profundamente
transparente. El voto electrónico está tan bien diseñado que la oposición bien
sabe que es muy difícil hacer fraude hoy día. La constitución venezolana incluye
puntos democráticos que en regímenes liberales son impensables. Toda reforma constitucional,
por ejemplo, debe ser aprobada por consulta popular. Y claro, debe recordarse
que Chávez es el único presidente de la
región que se ha sometido a un referendo revocatorio.
Es muy extraño el totalitarismo chavista: no se puede hacer
fraude en las elecciones, las reformas de la constitución se hacen con
participación popular y el presidente puede ser revocado. Los liberales no han
reparado en que la constitución venezolana implica una profundización de la democracia.
Quienes tildan de antidemocrático a Chávez asumen que la democracia liberal es
el único tipo de régimen a defender.
La cuarta tesis es el apoyo ponderado. Quienes hoy celebramos
la victoria de Chávez no tenemos porqué compartir todas sus políticas o todas
sus decisiones. Yo mismo no comparto la retirada de Venezuela del Sistema
Interamericano de Derechos Humanos, ni sus alianzas con Putin y los Chinos, e
incluso creo que aún falta mucho en materia de productividad y redistribución
de la riqueza. Pero apoyar a Chávez es apoyar el retorno de la esperanza para
los pobres en América Latina. Con Chávez
los pobres dejaron de aparecer como los personajes de las telenovelas de Venevisión
cuya redención consistía en casarse con un rico.
Con Chávez los pobres reclaman su lugar en la historia.
Apostilla: Aunque
Hannah Arendt fuese una gigante, hay mucho de tramposo en su libro Los orígenes del totalitarismo. En las dos
primeras partes de ese trabajo se ocupa de una genealogía del antisemitismo y
el imperialismo que explica bien los orígenes del fascismo y el nazismo. Pero
cuando llega a la tercera parte, Arendt procede por analogía; empieza a mirar
en qué se parecen Hitler y Stalin para compararlos. El nazismo se explica por sí
solo, pero el estalinismo se explica por comparación. Una buena liberal tiende
a apoyarse en analogías para defender sus posiciones, pero esa estrategia
tiende a ser muy débil.
El caso de
Jacques Rancière es mucho más triste. Hace unos días declaró: “cuando veo que Hugo Chávez quiere
ser presidente por tercera vez, me digo que está lejos de ser un demócrata. Un
demócrata es aquel que crea las condiciones para que alguien lo suceda cuanto
antes. Para que no haya precisamente necesidad de un jefe, de una encarnación
suprema de la nación”[2].
Es triste porque su libro El desacuerdo apunta
a pensar la política de los políticos por encima de la política de los
filósofos. Es terrible la posición de un antiplatónico que se asuma como rey
filósofo.
Alejandro Mantilla Q.
8 de octubre de 2012
¡Qué buen análisis! Muchas gracias por compartir tu discurso Alejandro.
ResponderEliminarAunque su reflexión no deja de resultárme maniqueísta respecto a las posturas liberales, estoy de acuerdo en que los regímenes nunca son los mismos aún estando en las mismas orillas ideológicas, muchísimo menos cuando no lo están. Pero no me resulta claro cómo apoyar a Chávez es apoyar la esperanza para los pobres? yo no creo que pasar de ser un cliché a ser un caballito de batalla discursivo sea cambiar la condición de pobreza de una nación y tampoco creo que el problema de la pobreza se reduzca a la manera en como se definen o la percepción que generen como pobres, siendo así, la situación no ha cambiado respecto al ejemplo que usted mismo expone ,ya que su redención si puede ser casarse con un rico, Chávez en este caso, el administrador de las mayores reservas petrolíferas del mundo. Así que ¿cuál es el lugar que los pobres reclaman en la historia?
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