“La visión apocalíptica del mundo es, rigurosamente hablando, aquella según la cual las cosas no se repiten. No resulta insensato creer, por ejemplo, que la época científica y técnica sea el principio del fin de la humanidad; que la idea del gran progreso sea una ilusión que nos ciega, al igual que la idea del conocimiento completo de la verdad; que en el conocimiento científico no hay nada de bueno ni de deseable y que la humanidad que se esfuerza por alcanzarlo se precipita en una trampa. No es para nada claro que lo anterior no sea cierto”.
(Valga anotar que por la misma época el filósofo Franz Rosenzweig proclamaba con tonos de denuncia, que la guerra mundial podía leerse como el cumplimiento de la dialéctica de la Historia universal y no como su desviación. Leer a Hegel al pie de la letra implica asumir que la devastación bélica es resultado de la recta marcha metafísica de la Historia como Progreso; de ahí que nos planteara la necesidad de un Nuevo Pensamiento (Neues Denken) que sustraído de la Razón Histórica pueda juzgar la catástrofe desde el Yo individual. Aunque se olvide, la crítica heideggeriana a la técnica como realización de la metafísica ya había sido adelantada por las reflexiones de los judíos Kraus y Rosenzweig).
Para Kraus el Progreso es un proceso autónomo y ciego, que se desarrolla al margen de la humanidad y en contra de ella. El progreso refleja violencia contra la naturaleza y contra la humanidad, violencia que solo es comparable con el daño cotidiano infligido contra el lenguaje. Concebir al lenguaje como simple instrumento adaptable a las necesidades del hablante es síntoma de decadencia; el lenguaje debería comprenderse como un amo digno de respeto, no como un instrumento dúctil a los intereses particulares. Es preciso entonces asumir una nueva actitud: el respeto a la naturaleza y la sumisión al lenguaje.
Wittgenstein y Kraus. Respeto por la naturaleza, sumisión al lenguaje, crítica del Progreso y rechazo a la violencia de la técnica. Ambos asumen la grandeza de permanecer en su lugar evitando las falsas promesas del movimiento que conduce a la catástrofe. Esa permanencia no implica el sedentarismo y la quietud, bien sabemos que Wittgenstein era un emigrado en movimiento constante; la permanencia radica en habitar la naturaleza y habitar el lenguaje.
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