miércoles, 4 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (4) Cincelar el espacio, enfrentar a los vándalos



Las señales que nos anuncian la ruina de nuestra época evitan el Habitar. La violencia contra el espacio, la aceleración de la vida, la estética del deterioro, la miseria del lenguaje, la anulación de lo común y la dificultad de forjar nuevas tradiciones, son rasgos que remiten a la elusión del Habitar humano.

Habitar, un término que remite a ocupar un espacio, a forjar hábitos, a establecer relaciones con los humanos y la naturaleza, a procurar generar lo perdurable. Es preciso mantener el verbo en infinitivo pues es una acción que se pretende permanente.

Habitar un espacio implica fundirse con él, trabajarlo, darle forma; la negación del Habitar es la violencia contra el espacio. Violentar el espacio es pretender evitarlo, también es generar espacios-basura, residuos inútiles que vulneran la naturaleza. Se olvida a menudo que la selección natural no solo modifica los organismos vivos, también cincela el espacio: un animal devora un fruto silvestre para dejar la semilla en otro lugar donde nacerá una nueva planta; los pájaros, las abejas, el viento y el agua actúan como polinizadores naturales que expanden los alimentos y modifican los territorios. Algunas plantas lograron que sus semillas se hicieran resistentes a los jugos gástricos de los animales para expandirse genéticamente aunque fueran digeridas. La selección natural también implica la evolución del espacio, darle forma, esculpirlo; la evolución genera un proceso que biólogos evolucionistas como Richard Dawkins denominan arquitectura ascendente, aquella que permite construir la vida misma y los organismos, mediante un autoensamblado donde no hay ni arquitecto, ni líder, ni coreógrafo, más bien hay organismos que obedecen reglas locales para autoensamblarse y a su vez darle forma al espacio.

Los humanos, gracias a la selección artificial, también cincelan el espacio. Viajan para poblar el planeta, recogen frutos que luego serán semillas en otros lugares, siembran plantas seleccionando las mejores simientes, domestican animales (aunque Richard Dawkins tiene la interesante hipótesis de que los perros se domesticaron por su propia iniciativa) e incluso los cruzan para hacerlos más fuertes, usan los bienes de la naturaleza para forjar su vivienda y su transporte. Ese proceso está lejos de la armonía pues la evolución no es equilibrada, está más cercana al caos que al equilibrio. El punto crucial radica en que Habitar implica establecer relaciones con el entorno, mientras la violencia contra el espacio busca dominar el entorno; esa es la renuncia a Habitar.

La acumulación ampliada de capital se configura como violencia sistemática contra el espacio. La naturaleza se comprende como objeto a dominar y no como un complejo de criaturas con las que entablamos relaciones (de ello advierten Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración). Los bienes de la naturaleza pasan a ser recursos, los valores de uso pasan a ser valores de cambio. La acumulación de capital inutiliza el espacio vivo que forjaron durante millones de años los organismos vivos anteriores a los humanos y que por milenios perfilaron los indígenas y campesinos del planeta.

Valgan algunos ejemplos: el monocultivo de palma de aceite en Malasia está agotando la tierra cultivable del país, mientras en Indonesia genera quemas que aumentan las emisiones de dióxido de carbono que contribuyen al cambio climático. La minería a cielo abierto que avanza en América Latina retira la capa vegetal de territorios extensos, remueve toneladas de tierra y agrega mercurio y cianuro al agua para obtener unos cuantos gramos de oro, plata o cobre.

Así la tipología del Habitar de Benjamin y Brecht se altera profundamente. La cuestión no radica en que las pautas dominantes del habitar generen que el mundo deje de ser habitable. Más bien se abandona la pretensión misma de Habitar. Podemos pensar que el Habitar como huésped, el de aquel que no asume responsabilidades, vence al habitar co-pautante, pero es más correcto sostener que el huésped le ha abierto paso al inversionista y al turista. El inversionista, aquel individuo que ocupa territorios como quien exprime el jugo de una naranja para dejar un flaco residuo de humanos y bienes naturales. El turista va de paso consumiendo espacio y comprando la experiencia de transitar casualmente por los territorios ajenos tratando como souvenirs los objetos sagrados de las culturas nativas. Ambos son personajes que profanan y violentan el espacio, son la negación del Habitar.

Benjamin y Brecht nos hablan de los vándalos que destruyen y consumen habitando, pero es preciso ser más radicales: los vándalos no habitan, los vándalos consumen, profanan, inutilizan, destruyen, pero son incapaces de Habitar.

La política del Habitar implica muchos retos. Ocupar los territorios, re-ocupar los espacios violentados, relacionarse con el entorno, enfrentar a los vándalos y cincelar el espacio. La política del Habitar es practicada por millones de hombres y mujeres alrededor del mundo, campesinos, campesinas, indígenas y afro en su mayoría. Nosotros, solo le damos un nombre (más) a esa praxis colectiva.



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