domingo, 15 de enero de 2012

Estética y Política del Habitar (5) Sumisión al lenguaje

La miseria del lenguaje es otra señal de la ruina de nuestra era. Parece que la humanidad busca olvidar que el lenguaje es la fuente de la vida espiritual de la especie. Al igual que el espacio y la naturaleza, el lenguaje es susceptible de violencia.

El lenguaje humano expresa una condición que resume la clave primordial del materialismo: la base material/biológica de la especie posibilita elaboraciones espirituales que generan nuevas formas de vida.

Sabemos que la evolución llevó a que desarrolláramos una estructura anatómica de la laringe, la lengua y los músculos relacionados que nos permiten manejar con propiedad sonidos articulados;podemos pensar que esta capacidad llevó a la aparición del conjunto de nuestro pensamiento abstracto. Como lo subrayó Donald Davidson, todas las lenguas tienen un vocabulario finito básico, manejan conectivas lógicas (no, y, o, si… entonces) que permiten formar oraciones potencialmente infinitas, mientras la introducción de cuantificadores como “algún” y “todos” nos permite expresarnos sobre las entidades del mundo. Esos rasgos están incorporados en nuestro lenguaje diario y tienden a pasar desapercibidos, pero sin ellos no podríamos expresar nuestras creencias, no podríamos predicar propiedades de objetos, ni decir qué entidades pertenecen al mundo.

El lenguaje depende de nuestro cuerpo, pero nos lleva más allá, pues en nuestro lenguaje no solo se encuentra la base de la lógica, la ciencia y la filosofía, también habita la potencia expresiva de nuestro pensamiento reflexivo que nos permite hacer juicios y compartir un mundo común.

Por eso sin lenguaje no hay realidad social humana. Como bien lo ha mostrado John Searle, buena parte de los pensamientos humanos dependen del lenguaje o de símbolos ligados a él exclusivamente, pues buena parte de las instituciones propiamente humanas reflejan hechos dependientes del lenguaje. No hay modos prelingüísticos para referirnos a cuestiones tan diversas como el gobierno, el deporte, la propiedad, la religión, la ciencia o el arte. Solo los humanos tenemos una realidad social institucional posibilitada por el lenguaje.

Nuestra capacidad lingüística incluso parece ir más allá del lenguaje articulado al que se refiere Davidson. Los humanos mostramos una serie de conductas que desbordan la formulación proposicional para expresar la diversidad de acciones propias de las formas de vida humana, entre ellas fabricar un objeto de acuerdo con una descripción, relatar un suceso, establecer hipótesis, hacer operaciones aritméticas, rezar o saludarse. Así “hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida”, como lo afirma, aludiendo a los anteriores ejemplos, Wittgenstein en el parágrafo 23 de las Investigaciones filosóficas.

Los humanos somos animales lingüísticos que habitamos el lenguaje. Somos animales racionales, éticos, ceremoniales, metafísicos, lógicos, pero ninguno de los anteriores adjetivos podría formularse sin nuestra condición de habitantes del lenguaje.

En nuestra época dos enfermedades carcomen la riqueza del lenguaje. El primer padecimiento reduce su riqueza a la simple condición de mero instrumento al servicio de intereses particulares. El lenguaje se limita a la comunicación, al planteamiento de expresiones locales que excluyen al resto de los humanos; a cada comunidad un lenguaje, a cada tribu una colección de símbolos. La segunda dolencia lo entiende como un material dúctil que puede ser manipulado y cercenado hasta hacerlo ilegible; el reino de la abreviatura, la vulneración de la gramática, el reemplazo del soneto por el icono. La lengua pasa a ser un mero reflejo de pestañeos instantáneos sin continuidad. Un lenguaje instantáneo, deteriorado, que no busca perdurar.

El deterioro y la exclusión son claves de violencia contra el lenguaje, son prácticas de profanación y blasfemia, pues solo en el lenguaje habita lo sagrado.

No es casual que las mejores anti-utopías del siglo XX trataran sobre regímenes despóticos que violentaban el lenguaje. En 1984 de Orwell las proposiciones verdaderas mutaban en falsas, mientras el rigor de los conceptos era trastocado para que el soberano prevaleciera; el ministerio del amor se encargaba de las torturas, mientras “la guerra es la paz” era un lema oficial del Estado. Las frases articuladas eran reemplazadas por burdas abreviaturas: el “ministerio de la verdad” pasa a llamarse “minverdad” (a propósito ¿sabe usted cuáles son las direcciones electrónicas de los ministerios colombianos?). En Farenheit 451 los organismos de seguridad persiguen a los lectores y queman los libros para que la gente no se distraiga de las pantallas.

Los Regímenes autoritarios amputan las palabras con la censura, los Estados totalitarios manipulan el lenguaje; las sociedades del control de nuestro tiempo violentan el lenguaje de otra manera, aunque permiten el libre fluir de la expresión, banalizan el rigor de la proposición y anulan la fuerza actuante de quien habla. La miseria lingüística es miseria política.

Debemos habitar asumiendo nuestra sumisión al lenguaje para recomponer la vida humana que posibilita. En Farenheit 451 los militantes de la resistencia abandonaron sus nombres para llamarse como los libros que memorizaron; una táctica extrema pero necesaria para resguardar el saber milenario. En 1942 Sophie Scholl fue asesinada por los nazis por escribir en unas octavillas una proposición verdadera: "Hitler es un asesino de masas".

Toda forma de resistencia es una manera de habitar el lenguaje.


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